EL MUNDO
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CRONICA
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SIMBOLO / UNA MUJER CONTRA LA LEY
TRIBAL
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«SI CEDO, VIOLARAN A OTRA»
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SU DESGRACIA ha traído la
fortuna a su pueblo, al que donó una escuela. Logró hace dos años que
condenaran a sus violadores y ahora un tribunal ha querido ponerlos en
libertad. Cuenta al periodista que está cansada, pero Mukhtaran sabe que es
una heroína para las paquistaníes
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DECLAN WALSH. Islamabad
Mukhtaran Bibi tiene los ojos enrojecidos de agotamiento. La joven de 31 años ha viajado toda la noche desde Multan, 650 kilómetros al sur de Islamabad, hasta la capital de Pakistán. Se desploma en el sofá de la oficina de un organismo de ayuda, con breves comentarios cargados de ira. Cuando acude un amigo, ella ya está dando cabezadas de sueño, pero no hay tiempo para descansar.
Sólo unos días antes, el 3 de marzo, un
tribunal había ordenado la liberación de los seis hombres que fueron
condenados a muerte tres años atrás gracias al desgarrador testimonio en
primera persona de Mukhtaran, violada en grupo para saldar una deuda de honor
de un pariente varón.
Furiosa por la injusticia y temerosa por
su propia seguridad, ha llegado a la capital con la intención de conseguir
que los vuelvan a encerrar. «Estoy en estado de shock», afirma. «Han dejado
en libertad a los inculpados y no sé por qué». Días después, se produjo un
giro inesperado. El Tribunal Supremo islámico paquistaní declaró ilegal dicha
absolución.
La valiente punjabí creyó años atrás que
la batalla había sido definitivamente ganada. En 2002, Mukhtaran apareció en
la prensa de todo el mundo como la heroica víctima de una violación
excepcionalmente grotesca. En una aciaga noche de junio, un consejo de
ancianos del pueblo la sentenció a ser violada como castigo por un «delito
contra el honor» cometido por su hermano pequeño. Ante una multitud de varios
cientos de personas, cuatro hombres la empujaron hasta un cuarto de adobe y
la violaron repetidamente a punta de pistola.Aquéllos que esperaban afuera
podían escuchar sus gritos, entre ellos, consternados, su padre y su hermano
mayor.
«Sí, grité y lloré pidiendo ayuda, pero
nadie hizo nada... No sé cómo finalmente, tras más de una hora, logré
soltarme. Estaba desnuda e intenté cubrirme con mi chal. Había cientos de
personas esperando para ver mi vergüenza. Mis padres y mi tío estaban allí y
me llevaron a casa. Los dos lloraban. Nunca había visto las lágrimas correr
por las mejillas de mi padre...», relató en julio de 2002 a dos periodistas
enviados por CRONICA hasta la pequeña aldea de Meerwala.
Los violadores, que vivían en el otro
extremo del campo de algodón, eran sus vecinos más cercanos. Pero lo que
terminó saltando a los titulares de prensa de medio mundo no fue la
violación, sino la reacción. Para cumplir su brutal sentencia, los violadores
dieron por supuesto el silencio de Mukhtaran. Supusieron mal.
Tratando de contener las lágrimas, la
mujer se atrevió a testificar contra sus agresores en audiencia pública. En
agosto de ese mismo año, seis hombres (cuatro violadores y dos ancianos de la
tribu) fueron condenados a pena de muerte en la horca. Por una vez, la
víctima parecía haber logrado la victoria en un país en el que la mujer debe
contar con cuatro testigos para probar una violación.
Todo cambió drásticamente el pasado 3 de
marzo. Los jueces de un tribunal de apelación anularon el veredicto original,
citando declaraciones contradictorias de los testigos y el vicio de las
pruebas presentadas en el proceso original. Cinco de los seis detenidos
fueron puestos en libertad y el sexto vio su pena reducida a cadena perpetua.
TRAGEDIA
NACIONAL
Mukhtaran, al conocer el nuevo fallo,
quedó completamente abatida.«¿Por qué cambian de parecer ahora?», se
preguntaba. «El mundo entero sabe que dije la verdad, pero parece que los
tribunales no lo creen así.» Son muchos quienes comparten su indignación.
La decisión fue una «tragedia nacional»,
señalaba el editorial en portada del Daily Times: «Éste no es un caso de
violación de una mujer, sino de toda una nación», se decía en el periódico.
Aitzaz Ahsan, uno de los abogados más
eminentes de Pakistán y ex ministro de Justicia, ha ofrecido sus servicios de
forma voluntaria para apelar al Tribunal Supremo. Un gobierno avergonzado,
herido profundamente por las críticas de un juicio poco convincente, respalda
la apelación. La decisión fue tomada «al más alto nivel», declaró el ministro
de Información, Sheikh Rashid Ahmed.
Una vez más, la hija analfabeta de un
comerciante de madera punjabí se coloca en la primera línea de la lucha por
los derechos de la mujer en una sociedad dominada por el hombre. «Este caso
será una prueba de fuego», declara Ahsan. «El mundo entero nos observa».
Hace tres años era prácticamente
inimaginable que un pueblerino de aspecto débil pudiera tener la fortaleza de
un guerrero. Mukhtaran gozaba de una vida tranquila en el hogar familiar en
Meerwala, un poblado situado en las llanuras del Punjab meridional. Tierra de
ricos suelos y veranos abrasadores en los que las temperaturas llegan a
alcanzar los 50ºC. Los granjeros cultivan algodón durante una estación y
trigo en la siguiente.
La mayor parte de las familias se ven
sumidas en una pobreza inmunda, blindadas en un sistema feudal sesgado por
divisiones de casta y de clase.
Pese al mundo en el que le tocaba vivir,
ya existían indicios de la vocación independiente de Mukhtaran. Se divorció
de su marido a los 19 años. Fueron tres años de un matrimonio concertado por
las familias que no funcionó, y así lo declaró en Meerwala, justo después de
conocer el veredicto de la semana pasada. «Los dos tenemos muy mal genio, ya
saben lo que pasa cuando se es joven, se es muy emocional».
Pero todo cambió esa bochornosa noche de
junio. Estalló una discusión entre vecinos. Los Mastoi, una familia de casta
elevada que vivía al otro lado del campo de algodón, acusaban a su hermano de
12 años, Shakoor, de ser el amante de una de las mujeres de la familia (un
tiempo después, las investigaciones realizadas por el Gobierno pusieron en
evidencia la veracidad de esta historia). Haciendo alarde de la influencia de
su superioridad social, los Mastoi consiguieron que se llevaran preso a
Shakoor y convocaron un panchayat o tribunal tribal para juzgar el caso.
Mukhtaran y su padre comparecieron para
implorar su inocencia.Momentos más tarde, ella se convirtió en la solución.
Todavía hoy, le cuesta narrar lo que acaeció a continuación. Sus ojos
parpadean sin cesar a medida que su mente ahonda en los recuerdos.Aún puede
oír los abucheos de la muchedumbre, todavía puede ver los barbudos rostros de
los ancianos del consejo, y puede sentir los empujones que la arrastraron a
la habitación mientras los Mastoi preparaban su asalto.
«Lo siento, ya he contado esto
demasiadas veces», se disculpa mientras cubre su rostro con una de sus manos.
«No consigo dormir, no quiero volver a recordarlo».
EL HONOR
FAMILIAR
El incidente podría haber pasado
desapercibido fácilmente. El suicidio es una estrategia muy común entre las
pueblerinas paquistaníes que se ven presionadas a salvar el honor familiar.
Justo dos días antes, una mujer había acabado con su vida. «Se bebió una
botella de pesticida», nos cuenta Mukhtaran. «En estas tierras no hay ni ley
ni justicia. A una mujer no le queda más que una opción, y es morir».
Pero un apoyo inesperado cambió su
determinación. Un imam local denunció la agresión en el oficio de los viernes
y el caso llegó a los periódicos escritos en urdu. A continuación inundó los
medios internacionales y, para cuando llegó a los tribunales, ya contaba con
el apoyo de todo el país. La visitó el gobernador provincial, el presidente
Prevés Musharraf le hizo llegar un donativo de 4.500 libras esterlinas, le
procuró protección policial las 24 horas del día y le ofreció una casa en
Islamabad. Hasta su ayuntamiento local le rindió homenaje, alquitranando el
destartalado sendero que lleva a su pequeña y remota alquería.
«No todas las mujeres tienen la valentía
de mostrar esa fortaleza.Se ha convertido en un símbolo de coraje para todos
nosotros», declara Farzana Bari, director de estudios de género de la
Universidad Quaid-i-Azam de Islamabad. Desde entonces, Mukhtaran se ha
convertido en un símbolo de la lucha por los derechos de la mujer y en una
filántropa por méritos propios. Diferentes agrupaciones en defensa de los
Derechos Humanos la han llevado hasta España, Italia y la India para ofrecer
sus conferencias. El viaje que más le enorgullece es el que realizó a Arabia
Saudí, donde pudo visitar el santuario de La Meca en compañía de su padre.
«La sensación fue indescriptible.Jamás lo olvidaré».
Destinó el donativo del presidente a la
creación de las primeras escuelas de primaria de Meerwala, que acogen hoy a
270 niñas y niños. La benefactora es también una de las estudiantes más
entusiastas con sus clases particulares. «Ya sé escribir mi nombre y puedo
contar hasta 100», afirma orgullosa.
Y cuenta con más dinero del que pueda
imaginar. Un artículo de The New York Times, publicado el pasado otoño,
desencadenó unos donativos que alcanzaron los 130.000 dólares americanos. La
intención de Mukhtaran es seguir creando escuelas y un servicio de
ambulancias con ese dinero. Pero la buena fortuna también acarrea una serie
de complicaciones.
Las noticias del filón de oro en el que
se ha convertido le han traído una infinidad de nuevos amigos. Mientras
hablábamos, un hombre entró en la habitación de Mukhtaran, presentándose como
profesor de Islamabad. Pretende impartir clases de informática en su escuela,
o eso dice, aunque todavía no tengan electricidad.Ha creado un sitio web con
el nombre de Mukhtaran mediante el cual, enfatiza, puede aceptar donaciones
realizadas con tarjeta de crédito. «Ésta es una misión sagrada para mí»,
afirma con aparente sinceridad.
Una docena de hombres le han propuesto
matrimonio, una ironía tratándose de una mujer violada que, normalmente, se
convertiría en la última opción deseable para cualquier hombre del
pueblo.«Sólo van detrás del dinero que he recibido, así que los rechazo a
todos», dice Mukhtaran. Uno de los pretendientes fue el imam Razaque, el
clérigo musulmán que le ayudó a presentar los cargos por violación.
Al otro lado de su verja, sigue contando
con protección policial ininterrumpida. Un crudo recordatorio de que, para
algunos, Mukhtaran sigue siendo una mujer conflictiva a la que hay que callar
a cualquier precio. «A veces aterrorizan a los vecinos», cuenta, «dicen que
me matarán con una bomba o una bala».
Los Mastoi siguen siendo su principal
temor. A pesar de un sinnúmero de súplicas, Mukhtaran se niega a perdonar a
sus agresores. En vez de ello, reza a Alá para apresurar sus ejecuciones.
«Cualquier persona en mi lugar haría lo mismo», declara con firmeza. «No
puedo perdonarles.» Un abismo de agria ira divide a las dos familias.
Desde el otro lado del campo de algodón,
Maqsood Mai, de 33 años, fulmina desdeñosamente con la mirada la casa de
Mukhtaran, meciendo a su hija de 3 años. En esos momentos, su esposo, Allah
Ditta, y su hermano, Abdul Khaliq, se encuentran entre los violadores
condenados que languidecen en el corredor de la muerte. «Ella miente»,
reclama. «Todas las acusaciones son falsas. No se nos puede acusar ni tan
siquiera de un insignificante hurto».
Tras lo ocurrido la semana pasada, los
radiantes Mastoi repartieron caramelos a los niños por la calle. Más tarde,
volvieron a casa para matar un búfalo y festejar toda la noche la liberación
de los suyos.
Mukhtaran teme por la seguridad de su
familia y ha destinado parte del dinero recaudado por el periódico
neoyorquino a la creación de una comisaría de policía permanente al lado de
su casa. A veces, admite Mukhtaran, se arrepiente de haber seguido adelante
con la acusación. «Sobre todo últimamente he estado pensando mucho en ello».
Pero no abandonará su hogar ni cederá.«Sí, hay mucha presión, pero no cederé
porque, si lo hago, mañana vendrán y violarán a otra mujer de mi comunidad».
Por desgracia, hará falta mucho más que
una mujer para terminar con la corriente de violencia sexual en Pakistán.
Recientemente, la Comisión de los Derechos Humanos de Pakistán (HRCP) ha
denunciado 670 violaciones realizadas en los primeros 10 meses de 2004, y este
dato no es más que una fracción del total. Según la HRCP, se estima que un
80% de las mujeres pakistaníes sufre algún tipo de violencia.
Sin embargo, Mukhtaran está convencida
de que su coraje ha marcado un antes y un después. Nos relata con una irónica
sonrisa: «Nos han llegado noticias de muchos casos de mujeres que,
maltratadas por sus maridos, les amenazan diciendo: será mejor que pares
porque si sigues así, iré a hablar con Mukhtaran Bibi».
Declan Walsh
es periodista del diario británico The Guardian
Pies de fotos
LA BENEFACTORA. Mukhtaran Mai Bibi ha
levantado una escuela en su pueblo con el dinero que le entregó como donativo
el propio presidente de Pakistán. En la fotografía, ella, que también está
aprendiendo a escribir, aparece rodeada de los cerca de 300 niños y niñas que
se benefician de su generosidad. Cuando pisa la calle, lleva protección.
NO ABANDONO SU PUEBLO. Aunque las
autoridades se lo propusieron, Mukhtaran se negó a dejar su pueblo y a los
suyos (en la foto superior, aparece junto al hermano contra el que los
violadores clamaban venganza). Aún hoy ella sigue con protección. También le
preocupa la seguridad de los suyos, y por eso destinó parte del dinero
recaudado para su causa por The New York Times para crear una comisaría de policía
permanente junto a la casa familiar.
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